I
En 1949 Londres tuvo el septiembre más caluroso que se había registrado hasta el momento, con temperaturas muy por encima de los 32 grados. De hecho todo el verano había sido una mezcla de sol abrasador y salvajes tormentas. Así que fue una tarde inusualmente agradable el catorce de ese mes cuando una pandilla de científicos, […], caminaba por la sucia capital bombardeada, una ciudad que se recuperaba lentamente de una guerra que había paralizado financieramente a Gran Bretaña. Convergieron en la frondosa Plaza de la Reina y se juntaron en una sala del sótano del hospital a las seis y media de la tarde. Después del jerez, la reunión comenzó a las siete1.
Ésa fue la reunión inaugural del que pronto se conocería como Ratio Club, un grupo de neurólogos, biólogos, ingenieros, matemáticos y físicos relacionados con el ‘movimiento cibernético’ británico. Allí, en la planta baja del Hospital Nacional para Enfermedades Nerviosas, en el distrito de Bloomsbury, teniendo como techo la habitación de las enfermeras, se reunieron periódicamente desde 1949 hasta 1955; y allí, «después de un aperitivo y cerveza suficiente para lubricar las cuerdas vocales, los participantes escuchaban a un conferenciante o dos antes de enredarse en una discusión abierta».
Durante los años que el club estuvo activo se trataron multitud de temas, aunque los dominantes fueron la teoría de la información, las técnicas y procesos probabilísticos y estadísticos, el reconocimiento de patrones, y los modelos del cerebro, analógicos y digitales, y todos ellos en el contexto de su aplicación para entender el sistema nervioso o desarrollar inteligencia en las máquinas. Además, había un tema implícito: el uso de artefactos, de modelos físicos para estudiar y probar hipótesis neurológicas o psicológicas. Los más famosos de esos artefactos fueron el homeostato de William Ross Ashby y las tortugas de W. Grey Walter: en las tortugas de Walter y en el homeostato de Ashby el comportamiento inteligente, la complejidad conductual, emergía del cuerpo.
Alan Turing, otro de los miembros del club, explorará un camino diferente, el de la inteligencia descorporeizada, computacional: sus contribuciones seminales, la máquina de Turing y el test de Turing, ni implican ni exigen realización física. Pero entre su máquina y su test hubo un paréntesis.

II
En 1939 Alan Turing y Ludwig Wittgenstein coincidieron en Cambridge impartiendo sendos cursos sobre los fundamentos de las matemáticas. Mientras uno se refería con este título a la lógica matemática, disciplina que sustentaba sus enormes logros en teoría de computación y cálculo automático, el otro trataba de reinterpretar las matemáticas de forma que pudiera verse su estructura artificial, su naturaleza de artefacto, mostrar que «lo que se denomina un descubrimiento matemático haría mejor en llamarse una invención matemática»2.
Turing y Wittgenstein eran seguramente tan diferentes como Descartes y Montaigne, tan diferentes que aunque empleaban los mismos signos los códigos a los que éstos servían eran casi incompatibles, o complementarios: el primero creía en la posibilidad de hacer experimentos en matemáticas, el segundo que cualquier analogía con la física era errónea; el matemático necesitaba un huerto cerrado para instalar en él su máquina universal, el filósofo quería arar la tierra para adecuarla a una nueva siembra. Turing asistió al curso de Wittgenstein y con frecuencia las clases se convertían en un diálogo entre ambos: en ellas «la presencia de Turing se volvió tan esencial al tema de la discusión que cuando anunciaba que no asistiría a alguna clase, […] les decía a sus alumnos que, por tanto, la clase sería “un tanto parentética” »; cuando Turing decidió asistir era consciente de adentrarse en terreno enemigo y, aunque pronto renunció a continuar, las acaloradas discusiones mantenidas dejaron una profunda huella en él.
A finales de 1946 Turing abogaba por realizar experimentos en su Automatic Computing Engine (ACE) y en una carta de noviembre le proponía a W. R. Ashby hacer los suyos en él «en lugar de construir una máquina especial»3. Según Turing, que confesaba estar más interesado en la posibilidad de producir modelos de la acción del cerebro que en las aplicaciones prácticas de la computación, su ACE era una realización de la máquina universal descrita en su artículo sobre números computables de 19374, y por tanto podía utilizarse como modelo de cualquier otra máquina.
Propone empezar poco a poco, con las funciones llevadas a cabo por las estructuras de bajo nivel del cerebro, pero, dice, se podría imitar cualquier otra función sin alterar la construcción de la máquina, solo alterando los «datos recordados, que describen el modo de comportamiento aplicable en cada momento»5. En ningún momento utiliza el término ‘pensar’, y cuando lo hace en su artículo de 1950 en la revista Mind y propone considerar la cuestión de si pueden pensar las máquinas, enseguida advierte que ello debería empezar con las definiciones de los términos ‘máquina’ y ‘pensar’, define el ‘juego de la imitación’ en términos no ambiguos y, después de examinar hasta nueve objeciones a la cuestión considerada, tal cuestión se ha transformado en la de si los ordenadores pueden jugar con éxito el juego de la imitación, cifrando tal éxito en si pueden hacerse pasar por una persona6.
No obstante el amplio abanico de objeciones, en ninguna se menciona a Wittgenstein. Y sin embargo es difícil no ver su influencia en este trabajo, pues incluso en la forma expresiva se acusa: aborda el asunto como lo hizo Wittgenstein en sus clases, sin ningún tipo de complejidad técnica, haciendo todo lo posible por evitar el ‘hechizo’ del lenguaje matemático.
III
En Los cuadernos azul y marrón, que recogen las clases dictadas por Wittgenstein en Cambridge durante los cursos 1933–34 y 1934–35, encontramos lo siguiente7:
Nos parece a veces como si los fenómenos de la experiencia personal fuesen en cierto sentido fenómenos de las capas superiores de la atmósfera en cuanto a opuestos a los fenómenos materiales que suceden sobre el suelo. Hay opiniones de acuerdo con las cuales estos fenómenos de los estratos superiores surgen cuando los fenómenos materiales alcanzan cierto grado de complejidad. Por ejemplo, que los fenómenos mentales, la experiencia sensorial, la volición, etc. emergen cuando la evolución ha producido un tipo de cuerpo animal de una cierta complejidad. Parece haber en esto alguna verdad evidente, pues es indudable que la ameba no habla ni escribe ni discute, mientras que nosotros lo hacemos. Por otra parte, surge aquí el problema que podría expresarse mediante la pregunta: “¿Es posible que piense una máquina?” (ya se pueda describir y predecir la acción de esta máquina por las leyes de la física o bien, posiblemente, sólo por leyes de un tipo diferente, que se apliquen a la conducta de los organismos). Y la dificultad que se expresa en esta pregunta no es realmente que no conozcamos todavía una máquina que pueda realizar la tarea. La pregunta no es análoga a la que podría haber hecho alguien hace cien años: “¿Puede una máquina licuar un gas?” La dificultad está más bien en que la frase: “Una máquina piensa (percibe, desea)” parece en cierto modo carente de sentido. Es como si hubiésemos preguntado: “¿Tiene color el número 3?” (“¿Qué color podría ser, ya que resulta evidente que no tiene ninguno de los colores que conocemos?”) Pues en un aspecto de la cuestión, la experiencia personal lejos de ser el producto de procesos físicos, químicos y fisiológicos, parece ser la base misma de lo que decimos con algún sentido sobre tales procesos. Considerándolo de este modo, nos inclinamos a utilizar nuestra idea de un material de construcción de otro modo equivocado y a decir que el mundo entero, mental y físico, está hecho de un único material.
Leyendo esto, uno podría pensar que Turing estuviera tratando de dar respuesta a Wittgenstein sin mencionarlo, tanto en lo relativo a la naturaleza del pensamiento de las máquinas como en lo que se refiere a su emergencia una vez alcanzada una cierta complejidad. Wittgenstein volvió a tratar muchas veces esta cuestión, pues como dice en una de sus papeletas (zettel), ‘pensar’ es «un concepto terriblemente ramificado. Un concepto que abarca múltiples manifestaciones de la vida. Los fenómenos del pensar son muy distintos entre sí»8. Por su parte, el reduccionismo de Turing y las objeciones consideradas aún esperan respuesta.
Blas Manuel Vinagre Jara (Villanueva del Fresno, 1961) es catedrático de Ingeniería de Sistemas y Automática en la Universidad de Extremadura. Además de su producción académica, con una destacada referencia en control fraccionario, ha publicado dos libros de poesía (7 poemas, 2015; Sobre una playa extraña, 2020), dos de narrativa (Oscuros Azares, 2015; El rey de Ásine, 2018) y el divertimento Demasiado ruido para una tortilla: bagatelle con estructura de réquiem (2024). En 2023 publicó el ensayo El hombre entre las máquinas (Amarante) y en 2024 Time in Control Theory (Springer Nature).
- P. Husbands, O. Holland and M Wheeler, The Mechanical Mind in History, The MIT Press, 2008. ↩︎
- Citado en: Ray Monk, Ludwig Wittgenstein. El deber de un genio, Anagrama, 2002. Para la información y las citas aquí utilizadas ver, cuando no se indique otra fuente, la sección III.20 de la obra (El profesor renuente), en especial las páginas 382-387. ↩︎
- Esta máquina especial sería el homeostato. La carta puede consultarse en la dirección web: http://www.rossashby.info. ↩︎
- Alan M. Turing, “On Computable Numbers, with an Application to the Entscheidungsproblem”, Proceedings of the London Mathematical Society, s2-42(1):230-265. ↩︎
- http://www.rossashby.info ↩︎
- Alan M. Turing, “Computing Machinery and Intelligence”, Mind, LIX (236): 430-460. ↩︎
- Ludwig Wittgenstein, Los cuadernos azul y marrón, Tecnos, 1984, pp. 78–79. (Los orginales pueden leerse en línea: Ludwig Wittgenstein Project, Blue Book, Brown Book). ↩︎
- Ludwig Wittgenstein, Zettel, UNAM, 1979, frag. 110, p. 23. ↩︎

Vinagre, Blas M. “Turing y Wittgenstein en Cambridge.” Adyacente posible, 22 de junio 2025. https://adyacenteposible.com/2025/06/22/turing-y-wittgenstein-en-cambridge/.
