I
Una nueva empresa, de nombre Sandbar, ha presentado un complemento inteligente que denomina Stream Ring. Mezcla de alianza y sello escueto, el dispositivo incorpora un micrófono que puede grabar tus susurros dando salida al monólogo interior que te acompaña: lo que piensas en la ducha, las ilusiones que en una lejanía de tu mente animan tu futuro, las conversaciones que mantienes con los dioses y los hombres o la obsesión que te hace pasar la noche en vela, todo eso que era por esencia efímero por correr el riesgo de ingresar en el olvido, puede ahora quedar discretamente almacenado para la eternidad, que empieza un segundo después de que termines. Sandbar nos dice que, en lugar de perderlos, espantados cuando el tren silba al entrar en la estación, tendremos esos pensamientos disponibles «para digerirlos más tarde». Un «ratón para la voz» lo llaman, y no guarda rastro de sonido, sino que transcribe a texto los secretos que le has musitado a tu dedo, los sube a la nube a través del móvil y allí los deja en celeste compañía para cuando decidas volver a ellos. Un confidente, un presto secretario que te escucha siempre y de todo toma nota sin pararse a juzgar. Y al dirigirse a ti, solo cuando se lo has pedido y después de un breve entrenamiento, el sistema puede hablar con tu propia voz, de forma que hablar con tu anillo, tu tesoro, promete ser hablar, de una manera nueva e inquietante, contigo mismo. Pero muy pronto, si hacemos caso de una reseña aparecida en Nature a primeros de noviembre1, podremos hacer chim pum y tirar este dispositivo obsoleto ya, como una grabadora nada más nacido, y sustituirlo por otro con la capacidad de registrar directamente la actividad cerebral, consciente e inconsciente, y traducirla sobre la marcha a texto.
II
En su aplicación más conspicua, este artefacto que acabamos de inventar in nuce podría servir de registro fehaciente de nuestro yo, «de su existencia y de su continuidad en la existencia», hacer uso de los vestigios de la memoria y sublimar el hecho de que en la obra que se representa en el teatro de nuestra mente ni simplicidad sincrónica ni identidad diacrónica son posibles, que «no somos sino un manojo o colección de percepciones diferentes, que se suceden una a otra con rapidez inconcebible, y están en perpetuo flujo y movimiento», utilizando la imaginación para crear «una ilusión análoga a la del zoótropo.» Me pregunto si James Joyce y Virginia Woolf, Éduard Dujardin y Marcel Proust, hubieran agradecido este dispositivo para urdir sus estroboscópicas novelas, y trato de imaginar al irlandés imaginando a Molly, esa Penélope promiscua, locuaz y morcillera, en su postrer soliloquio, en languidez dejándose guiar por esa fuerza suave que lleva a la mente de una idea simple a otra, por semejanza, contigüidad o causalidad, combinando las impresiones presentes con las pasadas, el mundo de afuera con el interno, para poblar la memoria y nutrir la imaginación, sabiendo que todo, absolutamente todo, pasaría al texto, tanto la poesía como las berzas.
III
«Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras», dice Ireneo Funes, adelantándose un noesnada a Salomón Shereshevski, el famoso memorista al que Alexander Luria dedicó su Pequeño libro de una gran memoria, haciendo bueno con este adelanto el consejo que alguien dio a los escrutadores de la psique: «lean ficción, donde los dramas biográficos fluyen antes de enfrentar monografías científicas que los congelan.» Exacerbada tras la caída de un redomón o simplemente coengendrada en algún momento de su prehistoria, ambos poseían lo que parecía ser una memoria infinita ―«La memoria de S(alomón) no tenía límites determinados, no sólo por su alcance, sino también por la constancia del recuerdo»―, como la máquina universal de Turing, sin necesidad de acudir a ideotécnicas inventadas por Simónides de Ceos y sus epígonos. Mas parece que la frontera última de este don linda con el vaciadero ―«Tanto la falta como el exceso de memoria parecen impedir la construcción de una identidad continua que posibilite la autonarración biográfica»―: es tanto lo que ocupa la memoria en Ireneo–Salomón, en nuestro inminente dispositivo, es tan continuo el presente y tan «abarrotado de detalles», que no da oportunidad a que la imaginación diezme y module los eventos y trace, mediante un ars oblivionalis, «el surco del tiempo».
IV
Cuál sea el agente constructor de este registro mostrenco, este exacerbado espejo de dos caras que paseado a lo largo del camino se resuelve en lírica o nouveau roman, admite soluciones varias, desde el inmaterial homúnculo que a través de la glándula pineal escucha la silenciosa música del cuerpo y la acompasa con el barullo del mundo hasta el que como en una pantalla contempla y maneja el ingente e inquieto flujo que avientan los sentidos, o cualquier entidad que recuerde y refresque y ponga en relación nuestras dos existencias, la que necesita del espacio y la que de él sabe prescindir. Mas toda solución nos remite a una regresión infinita, a un tercer hombre aquí más bien homúnculo, si no externalizamos el servicio y pasamos del íntimo teatro cartesiano a uno extramuros, como el gran teatro de Oklahoma: mi hermano Ruma y Chema cuando hacían trabajos juntos, Ruma leía y Chema pasaba a máquina y cuando el primero preguntaba qué era lo último que le había dictado el segundo contestaba que no sabía, que las palabras pasaban directamente de sus oídos a sus dedos; puede ser un cuaderno, una grabadora o un móvil, entes que, siendo pasivos, van en sucesión creciente de autonomía otorgada al individuo que por el momento calificaremos de consciente, y decreciente en tamaño, una sucesión que llega a su cénit (o nadir, según se mire) en nuestro anillo extrapolado: habitando una diadema o un cintillo, un chatbot que solo chatea bajo especie de loro y hace que no se hunda en el Leteo ni la más humilde de nuestras cavilaciones ni el más indiscreto de nuestros ensueños.
V
No sabemos si la técnica de imagen no invasiva anunciada en Nature se hará mañana de uso cotidiano, si lo que hoy son pistas para saber «cómo el cerebro interpreta el mundo antes de que los pensamientos sean puestos en palabras» mañana sea un método para seguir fielmente «los saltos de la atención… los movimientos pendulares del alma» transmutando el flujo del pensamiento en progresión algebraica. Ese anillo cierto, esa posible diadema, prometen ser medicina para desfacer entuertos de natura y hacernos a todos más sabios por más memoriosos; pero yo os digo: ¡oh artificiosísimo Sandbar, o candorosísimos inquiridores de la psique!, que a unos les es dado crear artefactos, a otros sufrir la carga que porta su sombra. Delegada la memoria a granel con la promesa de su infinita y rigurosa custodia, dejando a criterio del ciberhomúnculo las palabras que traducen nuestro pensamiento, quien se anuncia como aliado podría ser el más perspicuo garante de nuestra alienación. Me imagino a mí mismo, relajados los esfínteres mentales tras un prolongado uso del engendro, con todo mi yo en el cintillo o en la nube, cual si fueran las instantáneas, los tatuajes y las notas a los que recurre Guy Pearce en Memento, vacío y vaciadero, y «no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada.»
_____________________
- Kozlov, M. (2025). ‘Mind-captioning’ AI decodes brain activity to turn thoughts into text. Nature, 647(8089), 297-297. https://doi.org/10.1038/d41586-025-03624-1 ↩︎

Vinagre, Blas M. «“The Ring of Consciousness”». Adyacente posible, 10 de diciembre de 2025. https://adyacenteposible.com/2025/12/10/the-ring-of-consciousness/.

Excelente el fondo y muy poética la forma.
Me gustaLe gusta a 1 persona