No hay felicidad en la seguridad

«2081: Una visión esperanzadora del futuro humano» (2081: A Hopeful View of the Human Future) es una obra de ensayo, publicada en 1981, por Gerard K. O’Neill, en la que se marca como objetivo predecir el estado de avance social y tecnológico de la humanidad 100 años más adelante, en 2081.

Gerard K. O’Neill comenzó su carrera en la física de altas energías, pero es popularmente conocido por su apuesta por la colonización del espacio, sus propuestas de estación espacial, como el conocido Cilindro de O’Neill y su obra «Ciudades del espacio» (The High Frontier: Human Colonies in Space), publicada en 1976. Como muchos otros apasionados de la ciencia y la tecnología, O’Neill se aventura con 2081 en una reflexión sobre el futuro, convencido de que tenemos la responsabilidad, más allá de la mera curiosidad, de aprender todo lo que podamos sobre el futuro. Predecir el futuro es el desafío más fascinante y más difícil.

La elección del año 2081 para sus predicciones, a un siglo de distancia del momento en que escribe, está lejos de ser accidental. En una escala de tiempo mucho más corta, nos dice, no habrá grandes diferencias porque el cambio (excepto el debido a catástrofes repentinas) lleva tiempo. Mucho más allá del horizonte de un siglo, cualquier predicción que podamos hacer dificilmente se acercará a la realidad. Es un razonamiento muy similar al que utiliza J.B.S. Haldane en «El juicio final», aunque sus límites temporales ¡son muy diferentes!

El arte de la profecía

El primer capítulo de 2081, en el que me quiero detener, se titula «El arte de la profecía», y en él O’Neill aborda la reflexión que se plantea todo futurista sobre lo que podemos y lo que no podemos aventurar al intentar anticipar el futuro. Para descubrir qué «será en cualquier caso» y qué «podría ser si lo intentamos», comienza por revisar “de manera pragmática las lecciones que se pueden aprender de la colorida historia de los intentos anteriores de predecir el futuro.”

Sería una tontería ignorar ese legado.

¿Cuáles son, entonces, las posibilidades reales? ¿Se acercará la sociedad del futuro a una condición estática (un «estado estable») o el cambio será interminable? ¿La esperanza para la humanidad radica en que seamos capaces de encontrar mejores formas de organización social, o la tecnología evolucionará tanto que nos permitirá resolver nuestros problemas sin volvernos más sabios o desinteresados? Y si tenemos alguna opción al respecto, ¿deberíamos buscar una «solución» única (y por tanto, permanente), o fomentar la diversidad, el cambio y la pluralidad de ideas?

O’Neill opta por la libertad del individuo como su valor principal por encima de la riqueza material o la ausencia de riesgo. Y después de la libertad, no antes, sitúa la búsqueda de la paz. Comienza refiriéndose a la «Utopía» de Tomás Moro, y concluye con algunas de las reflexiones de H.G. Wells en «The Shape of Things to come», publicado casi cincuenta años antes, en 1933, lo que muestra la notable influencia de H.G. Wells en el pensamiento sobre el futuro durante todo el siglo XX.

En lo que sigue me tomo la libertad, con mi habitual discrecionalidad, de seleccionar algunas de las reflexiones que más me interesan del ensayo de O’Neill sobre “El arte de la profecía”. Las ideas y valoraciones son las de O’Neill, excepto cuando de manera explícita soy yo el que valora las anticipaciones con información actual.

Kipling, Verne, Wells, Clarke, Haldane, y otros muchos visionarios

Las dos obras de Rudyard Kipling de ficción sobre el futuro son «Con el correo nocturno» (With the Night Mail), ambientada en el año 2000, y «Tan fácil como A.B.C.» (As Easy as A.B.C.), en 2065. Kipling sobrestimó de manera exagerada nuestra capacidad para llevar a cabo reformas políticas y subestimó la resistencia de las rivalidades nacionalistas.

Julio Verne fue el más prolífico de los autores que escribieron sobre el futuro por puro divertimento. Educado como abogado, fue especialmente escrupuloso, en no postular ningún avance técnico que violara la ciencia de su tiempo.

Durante sus inicios, el novelista H. G. Wells, como Julio Verne antes que él, tuvo una visión optimista del futuro, pero su visión se tornó más oscura y sombría a medida que la edad y la mala salud se apoderaron de él. Al igual que la mayoría de los otros autores, Wells subestimó la velocidad del avance técnico, colocando el primer viaje alrededor de la luna en 2054.

Muchos escritores con formación en ciencias o ingeniería han intentado profetizar no solo los desarrollos técnicos futuros, sino también sus consecuencias. Uno de ellos, el biólogo inglés J. B. S. Haldane, fue descrito por Arthur Clarke como «el mejor intelecto que he tenido el privilegio de conocer». Es instructivo, por tanto, ver en qué, a pesar de su brillantez, Haldane se equivocó. Él también supuso que las fuerzas del nacionalismo se debilitarían, que una liga mundial de naciones se volvería tan fuerte que podría emitir edictos y que la sociedad se acercaría a un estado pacífico, estable y estático. Como la mayoría de los profetas, Haldane puntuó mejor al predecir los desarrollos técnicos que al adivinar sus consecuencias, tanto industriales como sociales.

Haldane se refirió, confiado, a la posibilidad de combinar, para 2070, la ectogénesis con la eugenesia, de manera que solo una pequeña fracción «superior» de la raza humana sería la elegida como fuente de material genético para propagarse. Es posiblemente una de sus predicciones más controvertidas y que, en gran medida, debido al terrible desarrollo histórico con el ascenso de Hitler y el genocidio, ha quedado estigmatizada. Sin embargo, en este caso yo me atrevo a predecir que esa especulación de Haldane retornará con fuerza, y quizás 2070 acabe siendo una fecha no demasiado disparatada.

Como no podía ser de otra manera, O’Neill se detiene a revisar quién fue el primero que pensó en las colonias espaciales, tema candente en los años que preceden a la publicación de su ensayo. O’Neill identifica a Konstantin Tsiolkowsky que, con un razonamiento maltusiano, llega a la conclusión de que el crecimiento de la población forzará a la especie humana a buscar recursos más allá de la Tierra. En la década de 1920, el biólogo inglés J. D. Bernal reprodujo de forma independiente el razonamiento de Tsiolkowski, y Dandridge Cole exploró las mismas ideas en la década de 1960. Casi al mismo tiempo, un ingeniero aeroespacial llamado John M. Stroud, a sugerencia de Margaret Mead, escribió un manuscrito sobre ese tema, nunca publicado.”

En «Perfiles del futuro» (Profiles of the future), publicada veinte años antes, Arthur C. Clarke nos ofreció una extensa lista de predicciones para los próximos 200 años. Para 1980 pronosticó aterrizajes en otros planetas, máquinas traductoras, almacenamiento eléctrico eficiente y un diccionario de los idiomas de ballenas y delfines. Muy optimista, sin duda Clarke. O’Neill apostaba en 1981 que, de estas tres últimas predicciones de Clarke, quizás estuviésemos más cerca de las máquinas de traducción. Y aquí estamos en 2020 batallando con ellas. Nivel GPT-3.

O’Neill refrenda las suposiciones de Clarke de que tendríamos transmisión inalámbrica de energía para el año 2000, sondas interestelares en 2025, velocidades cercanas a la de la luz en 2075, una fábrica de «replicadores» auto reproductores para 2090 y vuelos tripulados interestelares para la misma fecha. Se muestra más cauto con el control del clima para 2015, robots de complejidad humana en 2025 y control de la gravedad para 2050. Visto desde nuestra perspectiva actual, todo apunta a que Arthur C. Clarke «fumaba» demasiado, y O’Neill solo un poco menos.

Edward Bellamy nos ofreció sus profecías en la novela utópica de 1888 «Looking Backward: 2000-1887». Comparte con 1984 de George Orwell, escrita sesenta años después, dos supuestos idénticos. El primero, que se pueden ignorar los avances tecnológicos, es definitivamente erróneo. El segundo, que el socialismo llevará a la humanidad a una condición estática universal e irreversible, continuará siendo un error a menos que el actual equilibrio mundial del poder militar se altere drásticamente. De esas dos suposiciones idénticas, Bellamy y Orwell derivan mundos futuros que difícilmente podrían ser más diferentes.

Bellamy, como Kipling, asumió que el nacionalismo y la guerra habrían desaparecido alrededor del año 2000, y que la humanidad formaría un mundo único, unido, libre de política, donde todas las decisiones clave serían tomadas sin disputa por unos pocos sabios, funcionarios omniscientes. ¡Agua! Pero Bellamy se apuntó un buen tanto con su apuesta por la invención del siglo XX: ¡la tarjeta de crédito!

Kipling llegó incluso a ridiculizar la democracia por los controles que establecía sobre los gobernantes. George Orwell, con sesenta años de perspectiva y los horrores de dos guerras mundiales, ofrece una perspectiva completamente diferente sobre el poder. Los poderes dominantes proscriben el ocio y la libertad personal, porque la libertad conduce al pensamiento, y el pensamiento conduciría inevitablemente a su derrocamiento. Con 1984 de Orwell nos mostró con prístina claridad que cuando la información puede intercambiarse libremente, la gente está armada con el arma más poderosa contra la esclavitud. Y en esa batalla estamos plenamente sumergidos hoy.

Yevgeny Zamyatin en «Nosotros» (We) (1924) y Aldous Huxley en «Un mundo feliz» (Brave New World) (1931) nos habían advertido de que una sociedad estática, cualesquiera que sean sus condiciones, encierra a la humanidad en una trampa de la que no hay escapatoria. Como tantos otros, Huxley y Zamyatin subestimaron completamente la velocidad del cambio tecnológico, y ambos anticiparon que el primer vuelo espacial tardaría 1.000 años en llegar. En 1921, We se convirtió en la primera obra prohibida por la junta de censura de la URSS. Zamiatin fue atacado y vilipendiado por su defensa de la libertard, y finalmente consiguió huir y publicarla (traducida al inglés) en Nueva York, en 1924.

O’Neill presta atención a las catastróficas conclusiones del estudio «Los límites del crecimiento» (The Limits to Growth) del Club de Roma y sus aún más serias recomendaciones. La humanidad tendrá que hacer frente a la transición a una sociedad estática gestionada de manera global. Los investigadores del MIT se refirieron a ella como una sociedad de «estado estacionario».

La sociedad estática no era en 1980 una idea nueva, y O’Neill recalca que esta idea siempre ha brillado con un brillo falso y seductor. McGeorge Bundy, asesor de la Casa Blanca y posteriormente director de la Fundación Ford, imaginó en «After the Diluge, the Covenant» el establecimiento de una Autoridad Mundial para el año 2024. La redacción de su Pacto Mundial es digna de elogio: «Hacer todo lo que sea necesario para nuestra supervivencia, y nada más».

El profesor Robert Heilbroner, aunque bastante favorable a la noción de una sociedad estática, concluyó en «An Inquiry into the Human Prospect» que la libertad de pensamiento y de investigación representaría una amenaza para cualquier estado estacionario y tendría que ser suprimida, algo que Aldous Huxley anticipó ya en el prólogo que escribió para la edición de 1946 de Un mundo feliz.

El único argumento que plantean los defensores modernos de una sociedad estática es: «¡No tenemos elección!» Afortunadamente, estaban equivocados… O eso pensaba O’Neill en 1981.

Al estudiar la historia y compararla con la actualidad, encontramos que no hay fuerzas nuevas, arrolladoras o irresistibles en las áreas de la política o la economía1. Por desgracia, la guerra no muestra signos de pasar de moda. Es una apuesta segura asumir que las instituciones y características más longevas de las sociedades permanecerán en 2081. Se seguirán hablando los mismos idiomas en las mismas áreas geografias. El cambio irreversible se limita a un solo ámbito: la tecnología y sus consecuencias.

En ningún lugar es tan espectacularmente obvio como en el terreno de la movilidad personal. En 1781, el estándar mundial de viajes de pasajeros era la diligencia. En 1881, el tren de vapor. En ese momento, en 1981, en un día normal, más de veinte millones de personas viajan habitualmente a 600 millas por hora a bordo de un avión. ¿Cuál será la velocidad habitual para los viajes de pasajeros en 2081? De seguir la tendencia, estimaríamos 6,000 millas por hora o más, y concluiríamos que en 2081 el medio típico para los vehículos de pasajeros sería el vacío. El Hyperloop de Elon Musk?

Esta reflexión y predicción de O’Neill es especialmente interesante porque es precisamente la que han utilizado algunos destacados «pensadores» de la actualidad, como Peter Thiel en 2011, para argumentar que esta tendencia de continua mejora tecnológica o, como a algunos les encanta destacar, mejora exponencial, ha quedado en realidad interrumpida.

Del descubrimiento científico a las aplicaciones. Un largo camino

Para hacer predicciones precisas sobre las tecnologías en la década de 2080, reflexiona O’Neill, debemos conocer el intervalo típico que transcurre entre un descubrimiento científico fundamental y su aplicación a gran escala. La mayoría de esos cambios de gran alcance se produjeron a partir de lo que en 1980 se conocía como «diseño de sistemas», la combinación sinérgica de conocimientos existentes en varios campos diferentes para hacer posible una tecnología nueva y viable (una idea relacionada con lo que ahora denominamos tecnologías generalistas).

Por otra parte, es necesario ser muy conscientes de que podemos pasar mucho tiempo tratando de resolver un problema técnico por medios que solo conducirán a una via muerta, cuando hay otra solución mucho más fácil que hemos pasado por alto. El mejor ejemplo, el avión de los hermanos Wright. Durante siglos habíamos intentado imitar a los pájaros (músculo y mecánica) cuando la solución era un planeador que podría haberse descubierto en la edad de piedra o en la China antigua.

¿Cuáles fueron los avances en la ciencia fundamental durante el siglo anterior a 1981? Las ecuaciones de Einstein de la relatividad especial y general a principios del siglo XX; el desarrollo de la mecánica cuántica en la década de 1920; la comprensión del núcleo atómico y las partículas elementales que se logró en las décadas de 1930 y 1940; y el descubrimiento del ADN.

El intervalo de tiempo entre un descubrimiento científico realmente fundamental y su aplicación a gran escala suele ser bastante largo: El tiempo transcurrido entre la primera formulación de la mecánica cuántica y su aplicación extendida en circuitos de estado sólido fue de entre treinta y cincuenta años. La otra aplicación de la mecánica cuántica que se adivinaba como más destacada era el láser, una tecnología cuyo impacto aún estaba por llegar.

O’Neill observa que la aplicación del conocimiento de la molécula de ADN a la ingeniería genética, será con seguridad importante durante el próximo siglo XXI, pero que esa aplicación, como la de la energía nuclear para usos pacíficos, probablemente será lenta y cautelosa debido a sus riesgos potenciales.

La conclusión que O’Neill extrae de estos ejemplos es que, en el transcurso del siguiente siglo hasta 2081, es probable que el futuro se configure mucho más por la evolución de las tecnologías que ya se comprendían en 1981 que por los efectos de los avances científicos que aún ni siquiera sospechamos. En esto parece que la predicción de O’Neill es bastante robusta.

Con todas las pistas que ha reunido, O’Neill nos muestra su apuesta por las tecnologías que darán forma al siglo que estaba por venir. Sus cinco «impulsores del cambio» son las computadoras, la automatización, las colonias espaciales, la energía y las comunicaciones.

Si tuviéramos que valorara su apuesta hoy, 40 años después en 2021, O’Neill se llevaría un 3 sobre 5. Aprobado, pero sin llegar al notable. Pero en 60 años sin duda ocurrirán muchas cosas.

La última reflexión de O’Neill que quiero destacar es que es muy probable que subestimemos la velocidad media del desarrollo tecnológico si juzgamos únicamente por las tasas de avance en tiempo de paz. Como destaca al inicio, su segunda prioridad, después de la libertad, es la paz, pero eso no nos impide constatar que es la amenaza lo que realmente nos hace movernos. Y claramente O’Neill se manifiesta en contra de la inmovilidad y de esas sociedades estacionarias tan a menudo anheladas por las utopías.


Al leer la historia y apreciar el poder de estos impulsores del cambio, me veo obligado a concluir que el cambio tecnológico continuará y que debemos aprovechar las posibilidades que nos ofrecerá para encontrar nuevas soluciones a problemas previamente insolubles; que nada justificará deshacernos de las libertades por las que hemos trabajado y luchado tan duro para ampliar y preservar; y finalmente, que el futuro es potencialmente incluso más emocionante que el pasado, por lo que debemos afrontarlo con valentía y espíritu aventurero. Pero los seres humanos tendremos que luchar por cada cosa nueva que logremos.

No hay felicidad en la seguridad

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(1) Una de mis obsesiones anarcoutópicas.

Imagen: Detalle de la portada original

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