
La ciencia ficción es una de las mejores herramientas que tenemos para organizar conversaciones atractivas e inclusivas sobre políticas científicas y tecnológicas. ¿Cómo podemos aprovecharla mejor?
¡Extraterrestres! ¡Robots asesinos! ¡Naves espaciales! Durante mucho tiempo contemplé las historias de ciencia ficción de una manera bastante convencional: como piedra de toque o punto de partida para una conversación sobre un tema como la inteligencia artificial (Terminator o Yo, Robot) o la ingeniería genética (Gattaca o Frankenstein). Estas historias actúan como una especie de taquigrafía colectiva, que pone a la multitud en la misma página antes de que la conversación se centre en los desafíos «reales» que enfrenta la sociedad.
Eso fue antes de que el futuro se convirtiese en mi trabajo. Cuando fundé el Centro para la Ciencia y la Imaginación (CSI)2 en la Universidad Estatal de Arizona en 2012, comencé a entender la ciencia ficción como parte de un importante ciclo de retroalimentación con la innovación científica y tecnológica. La ciencia ficción y la ciencia están comprometidas en explorar el adyacente posible: los mundos a los que podríamos llegar desde la configuración actual de nuestra ciencia y sociedad. Escritores e investigadores exploran la literatura en busca de ideas que puedan combinarse o ampliarse de maneras novedosas, y ambos grupos se dedican a crear nuevas historias o nuevos conceptos que puedan cambiar el mundo.
Los seres humanos somos mucho mejores a la hora de pensar sobre el futuro cuando podemos también experimentarlo, empatizando con las personas del futuro que vivirán con los beneficios y costes de las innovaciones.
Ese ciclo de retroalimentación no se limita a los cambios tecnológicos, sino que involucra las consecuencias de los cambios para los seres humanos. La diferencia entre una buena historia de ciencia ficción y una solicitud de patente son los seres humanos, los personajes que resuelven un conflicto y completan algún tipo de arco narrativo. Los seres humanos somos mucho mejores a la hora de pensar sobre el futuro cuando podemos también experimentarlo, empatizando con las personas del futuro que vivirán con los beneficios y costes de las innovaciones. Por esa razón, la buena ciencia ficción se limita a imaginar el automóvil, sino que imagina también el atasco de tráfico, como argumentan escritores como Isaac Asimov y Frederik Pohl. La ciencia ficción es un dinamo que en el CSI hemos tratado de aprovechar para explorar las posibilidades del futuro cercano en el ámbito de las políticas sobres infraestructura energética, exploración espacial y cambio climático.
La ciencia ficción es un laboratorio infinito y gratuito que la mente nos ofrece para imaginar futuros posibles en contexto. Al centrarse en personajes (personas) y no solo tecnologías, los escritores de ciencia ficción tienen que ofrecer respuestas concretas a todas esas fastidiosas preguntas que es fácil pasar por alto cuando un invento o descubrimiento existe solo como un concepto. ¿Quién lo poseerá, lo usará, lo pagará, lo mantendrá? ¿Dónde se instalará o desplegará? ¿Qué aspecto tiene, cómo huele, cómo se siente? ¿Cómo funciona en realidad? ¿Es necesario enchufarlo? ¿Qué pasa si se deja caer una tostada en él? ¿Qué más debe ser cierto en el futuro para que ese concepto pueda llegar a existir? Estas preguntas crean lo que yo llamo especificidad especulativa: el arte de contar historias de manera eficaz empuja a los autores y lectores a jugar con las consecuencias de segundo y tercer orden e imaginar el contexto completo de un cambio futuro.
Una forma de «experimentar» el futuro
Las historias bien construidas de futuros posibles invitan a los lectores a participar en esos futuros, a ponerse en la piel de un personaje y sentir cómo sería vivir dentro de ese mundo. Combinan dos funciones clave de la imaginación humana: anticipación y empatía. Es la razón por la que, en 2016, el CSI lanzó Future Tense Fiction3, una iniciativa en la que encargamos a escritores de ficción especulativa que creen visiones convincentes de futuros posibles cercanos, pedimos a los artistas que interpreten esos mundos a través de medios visuales, y encargamos a expertos en políticas y científicos que escriban respuestas no ficcionales que analizan las implicaciones de esos futuros en el presente. Llevar este proyecto a Issues en 2024 ha sido como regresar a casa, porque estamos explorando las implicaciones sociales de los nuevos conocimientos y la innovación a través de una lente creativa que complementa a las mil maravillas el trabajo de esta revista académica.
La ciencia ficción aprovecha las habilidades culturales innatas de la humanidad para procesar y manipular narrativas. Como especie, los humanos somos bastante malos con las estadísticas, el pensamiento sistémico de alto nivel y la evaluación de riesgos complejos, pero en general somos buenos contando historias. Una historia bien contada puede incorporar ambigüedad, tensión, matices y contradicciones, y hacer confluir todas ellas en un solo personaje. Los escritores pueden utilizar el primer plano y el fondo, la alusión y la inferencia, para describir una situación compleja de una manera que sea ampliamente accesible. (Aquí utilizo la palabra “historias” para describir un texto, pero lo mismo aplica al cine, el audio y otros medios de comunicación).
Cuando empezamos a ver las historias como microcosmos, empezamos a entender cómo nos permiten explorar diferentes estructuras de poder, teorías del cambio y tal vez incluso nuevas formas de innovación.
Las historias son microcosmos que incorporan no sólo el “material” de un mundo (personajes, escenarios, objetos, etc.) sino también el conjunto de sus reglas: los modelos causales por medio de los que funciona ese mundo. Un cuento de hadas, una novela policíaca y una novela romántica siguen modelos causales implícita o explícitamente incorporados en el texto. Cuando los lectores asimilan estas historias a través de la lectura, recompilan una versión de este nuevo mundo en sus propias cabezas. El maravilloso libro de Ursula K. Le Guin La mano izquierda de la oscuridad, por ejemplo, describe un mundo en el que el género y la sexualidad son radicalmente diferentes, un alejamiento de nuestra realidad familiar que tiene todo tipo de consecuencias más amplias para los personajes y, potencialmente, para los lectores.
Una vez que has leído una obra de ciencia ficción, puedes echar un vistazo a lo que ocurre a tu alrededor (inventando, por ejemplo, un nuevo escenario o personaje), porque puedes extrapolarlo basándote en el modelo que el autor ha transmitido a tu imaginación. Y lo que es más importante, puedes empezar a comparar ese mundo ficticio con el tuyo, salir de tu realidad actual y mirarla desde un horizonte nuevo y extraño. A veces es necesario viajar a un futuro especulativo para percibir algo que te está mirando directamente a los ojos en el presente. Cuando empezamos a ver las historias como microcosmos, empezamos a entender cómo nos permiten explorar diferentes estructuras de poder, teorías del cambio y tal vez incluso nuevas formas de innovación.
Abro aquí un paréntesis para recordar que el papel de la ciencia ficción no es predictivo, sino exploratorio. Por cada ejercicio exitoso de anticipación del futuro (los submarinos de Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino, por ejemplo, o la profética descripción de Internet de E. M. Forster en “La máquina se detiene”) hay millones de errores. Star Trek es celebrada por soñar con el comunicador que prefiguró los primeros teléfonos móviles, pero la serie, como casi todas las demás visiones de ciencia ficción de la comunicación universal instantánea, pasó por alto en su mayoría los atascos de tráfico: las redes sociales, la desinformación, el correo basura. Pero no importa, porque el objetivo de Star Trek no era ofrecer una hoja de ruta detallada desde el programa Apolo hasta el warp drive; el objetivo era cambiar la forma en que el público percibe el futuro, crear una protopía compleja y convincente: un futuro en el que las cosas no son perfectas, pero van mejorando. Star Trek modeló la diversidad, la equidad y la inclusión, empatía e ingenio, para representar un futuro impulsado por los ideales científicos y sociales más elevados de la humanidad. Al mismo tiempo, fue una articulación defectuosa de esos ideales anclados en su tiempo y lugar. Pero se trata de una visión del futuro que se mantiene incluso cuando los artilugios que imaginó resultan pintorescos o anticuados, porque articula valores fundamentales y una teoría del cambio, un forma de progreso que todavía inspira.
Atreverse a imaginar
Me gusta llamar a esta práctica de incorporar el pensamiento especulativo en los debates sobre ciencia y tecnología del mundo real “políticas de futuro”, porque las mismas cualidades que hacen de la ciencia ficción una herramienta tan buena para involucrar al público en cuestiones de ciencia y sociedad la hacen también eficaz para los expertos. La creciente especialización en el terreno científico y tecnológico ha creado una galaxia de mentes brillantes que carecen del comunicador de Star Trek: no saben cómo hablar entre sí a través de los vacíos de tinta que separan sus respectivas disciplinas. El ingeniero dice que no es un experto en ética. El filósofo no entiende las hojas de cálculo. El experto en políticas se siente obstaculizado por los prototipos.
Una buena historia de ciencia ficción puede ahorrar muchas horas de presentaciones en PowerPoint y reuniones porque puede poner a todos, literalmente, en la misma página.
La especialización y el pensamiento compartimentado puede servir a estos expertos como excusa para evitar considerar las consecuencias no deseadas y las ramificaciones más amplias de su trabajo. Pero para crear una política científica y tecnológica eficaz, necesitan tener una conversación mutuamente inteligible sobre futuros posibles que también sea accesible y atractiva para el público. El autor Neal Stephenson, colaborador de largo plazo del CSI4, sugirió en una ocasión que una buena historia de ciencia ficción puede ahorrar muchas horas de presentaciones en PowerPoint y reuniones porque puede poner a todos, literalmente, en la misma página.
Cuando los expertos y el público entran en este laboratorio libre e infinito de la mente, pueden viajar a tantos futuros posibles como deseen con configuraciones particulares de innovación tecnológica, cambio social y políticas, así como reacciones ante esas novedades y consecuencias más amplias de todas ellas. Mejor aún, una vez creada esa historia del futuro, cualquiera puede cambiar su configuración en el laboratorio de imaginación de la mente. Me gusta usar la analogía de los muebles de una habitación: una vez que se ha descrito un sofá de ciencia ficción, todos aquellos que leen esa historia pueden participar de manera significativa en una discusión sobre dónde debería colocarse el sofá.
La ciencia ficción comienza con una especificidad especulativa, pero también otorga capacidad de acción a la audiencia, que tiene el poder de cuestionar y reimaginar cualquier aspecto de este futuro. Esto la convierte en un ejercicio fundamentalmente esperanzador. La imaginación y comparación de futuros posibles se construye sobre el trabajo de deliberación y debate. Nunca llegaremos a esos futuros mejores si no los imaginamos primero. Y si bien la ciencia ficción ha brindado a la sociedad una gran cantidad de cuentos con moraleja y clásicos distópicos para elegir (varas de medir que podemos usar con los futuros que no deseamos), tenemos muy pocas varas de medir protópicas que podamos usar para evaluar nuestro progreso hacia un futuro mejor para todos.
Hay muchas formas de poner en diálogo la ciencia y la ciencia ficción. Nuestro método preferido en el CSI es organizar talleres estructurados donde los participantes con perspectivas diversas colaboran para imaginar de manera conjunta un futuro utilizando ejercicios y herramientas creativas, descritos colectivamente como construcción de mundos (worldbuilding). En el transcurso de un día o dos, pedimos a equipos pequeños (que, según el tipo de proyecto, pueden incluir ingenieros, científicos sociales, artistas y escritores de ficción) que identifiquen las grandes ideas que darán forma a un tipo particular de futuro. (Por ejemplo: estamos en 2050 y una ciudad como Fénix ha realizado con éxito la transición a la energía renovable; esta nueva infraestructura está altamente centralizada y ubicada en áreas urbanas). A partir de ahí, los participantes profundizan en las líneas de tiempo, las personas importantes, los lugares, las tecnologías y los puntos de fricción. Pueden desarrollar personajes clave y acontecimientos (plot points) para una historia ambientada en este mundo futuro. Por lo general, pedimos a todos los participantes una contribución en las semanas posteriores al taller: un cuento, un ensayo basado en conocimientos técnicos o una obra de arte, todos abordando las mismas preguntas especulativas sobre el futuro. El equipo del CSI edita y compila estas contribuciones en un libro u otro producto que explora múltiples futuros especulativos sobre el mismo tema general. Estos libros y productos multimedia continúan estimulando nuevas conversaciones sobre cómo podría ser un futuro positivo y cómo la sociedad puede llegar a él.
Los incentivos, las estructuras de poder y el territorialismo que suelen acompañar a la especialización pueden favorecer el pensamiento incremental y la estrechez de miras cuando se trata de promover un cambio real. Pero la imaginación es una capacidad cognitiva disponible para todos.
La parte especulativa de la ficción especulativa (estoy usando este término indistintamente con el de ciencia ficción, definida vagamente como “historias útiles sobre futuros posibles”) aporta otro beneficio al mundo de las políticas: ¡es inventada! Simulación, ficción. Hay muchos expertos que han participado en proyectos de imaginación colaborativa en el CSI que, bajo el paraguas de los saltos especulativos hacia el futuro, se atreven a imaginar el tipo de cambio positivo y transformador que nunca se les permitiría articular en la presentación de una conferencia o en un artículo revisado por pares. Los incentivos, las estructuras de poder y el territorialismo que suelen acompañar a la especialización pueden favorecer el pensamiento incremental y la estrechez de miras cuando se trata de promover un cambio real. Pero la imaginación es una capacidad cognitiva disponible para todos y se puede desarrollar como cualquier otra habilidad. Con práctica y orientación, cualquiera puede imaginar el futuro, y el simple ejercicio de visualizar una condición de victoria o un cambio radical para mejor puede ser un poderoso tónico.
La investigadora sobre el futuro del clima Manjana Milkoreit realizó un estudio extenso del contexto cognitivo de los expertos en políticas que participan en las negociaciones internacionales sobre el clima en las Naciones Unidas. Encontró que, a pesar de su experiencia y, en el caso de algunos participantes, de décadas de experiencia trabajando para influir en el futuro de la humanidad en este planeta, tenían una capacidad muy limitada para imaginar posibles futuros climáticos. En general, no disponían de historias convincentes sobre cómo visualizar el “éxito”; en el mejor de los casos, la victoria consistiría en variar el aumento de la temperatura global proyectado o las partes por millón de carbono de una cifra a otra. Si quienes están mejor informados sobre el contexto real y las posibilidades de la respuesta humana a la crisis climática son incapaces de imaginar cómo debería verse y sentirse nuestro futuro, ¿cómo vamos a hacerlo el resto?

Un sistema de alerta temprana para el futuro cercano
Todo esto me lleva al aspecto más importante de la ciencia ficción para la política científica y tecnológica. Gran parte de la ciencia ficción comercial explora el futuro lejano porque es más fácil postular nuevas tecnologías apasionantes y cambios radicales (y es más difícil demostrar que uno está equivocado). En el campo de la inteligencia artificial, por ejemplo, nuestros imaginarios culturales de la tecnología todavía están dominados por un familiar puñado de viejas pesadillas, especialmente los robots autónomos asesinos (Terminator, Ex Machina) y las supermáquinas divinas (Matrix, Her). Es posible que estas amenazas estén acechando en el horizonte, pero nuestro imaginario social sobre la IA ha perdido de vista el camino que tenemos justo delante de nosotros.
La humanidad necesita mejorar en la narración de historias convincentes sobre el cambio del futuro cercano, porque el ritmo acelerado de la innovación tecnológica está generando rápidamente futuros sobre los que no tenemos palabras para hablar, y mucho menos para regular. No tenemos buenas metáforas para abordar las últimas iteraciones de herramientas de empresas como OpenAI, que ya están transformando sectores económicos enteros (incluido el mío). Los diseñadores dan a estos sistemas nombres humanos, como Claude y Siri, o voces inquietantemente humanas, como las últimas iteraciones de ChatGPT; pero pretender que en realidad son similares a las personas es caer en un peligroso error de categoría. Tal vez tendría más sentido entender un modelo de lenguaje generativo de gran tamaño (LLM) como un bosque o una bandada de estorninos: un sistema grande y complejo que el usuario solo puede percibir de manera parcial.
El gobierno y la industria siguen invirtiendo poder y agencia en sistemas computacionales cuyo funcionamiento interno y posibles efectos nos cuesta describir. Esto es un problema, porque mientras la IA selecciona candidatos para un puesto de trabajo, evalúa solicitudes de préstamos o toma decisiones en materia de salud, logística y finanzas que podrían afectar a una enorme cantidad de personas, nos aferramos a metáforas simplistas como el “asistente digital”, un lenguaje apocalíptico sobre “amenazas existenciales” o anacronismos despectivos como el “glorificado” autocompletar. Nos faltan las palabras para describir lo que estas herramientas están realmente haciendo ahora y harán en el futuro cercano, o articular cómo podrían ser futuros equitativos, justos e inclusivos con la IA.
Nos faltan las palabras para describir lo que estas herramientas están realmente haciendo ahora y harán en el futuro cercano, o articular cómo podrían ser futuros equitativos, justos e inclusivos con la IA.
Hace varios años, algunos colegas y yo realizamos un estudio taxonómico para entender cómo se representa la IA en la ciencia ficción contemporánea. Esperábamos encontrar si el lado especulativo de nuestro imaginario cultural sobre la IA tiene mejores respuestas sobre el tipo de historias que deberíamos estarnos contando, mientras los responsables políticos intentan comprender y regular estas herramientas que evolucionan rápidamente. ¿La respuesta? Nadie sabe qué es la IA, ni siquiera en la ficción, donde el autor puede tomar todas las decisiones sobre cómo funciona su mundo. Los sistemas de IA que estudiamos en la ficción eran ambiguos en términos de su capacidad de acción, sus límites o el alcance de operaciones, la cuestión de quién los poseía o controlaba, etc. No es de extrañar que colectivamente tengamos tan poca comprensión sobre lo que significa la IA en el mundo real, y mucho menos sobre cómo manejarla.
Ofrezco esta evidencia no como un lamento por nuestra falta de imaginación en este ámbito, o como noticia nada sorprendente de que el alcance tecnológico de la humanidad ha superado una vez más nuestro alcance cultural. El argumento es que necesitamos más futuros sobre políticas: historias basadas en la investigación, técnicamente plausibles y esperanzadoras sobre el cambio científico y tecnológico. Es comprensible que el aparato normativo y de regulación de la ciencia y la tecnología esté orientado a pensar en lo que podría salir mal, pero para despertar la imaginación del público, las políticas futuras también deben acoger la esperanza y la posibilidad (o mejor, la aspiración de diseño) de un cambio positivo.
Una segunda observación: las decisiones políticas y tecnológicas están profundamente influidas por los futuros adyacentes posibles que ofrece la ciencia ficción. Diseccionar cómo la sociedad ha imaginado las tecnologías emergentes puede revelar no solo nuestros miedos, sino también todo aquello de lo que no hablamos, todos los posibles atascos de tráfico que podríamos estar pasando por alto. Hacer ciencia sobre la ficción puede revelar nuevas formas de considerar las políticas y dar forma a una conversación más amplia sobre cómo deberíamos adaptarnos al cambio.
Comprendí que habíamos dado con algo relevante con la iniciativa Future Tense Fiction cuando publicamos nuestro primer cuento de Paolo Bacigalupi y el ensayo de respuesta, del académico de derecho Ryan Calo, señaló que el cuento de Bacigalupi «revelaba una conexión importante en la ley de robótica que nunca antes se me había ocurrido». Más expertos en políticas (y en la adyacencia de la política) deben participar en el trabajo especulativo y generalista de imaginar un futuro completo. Esto no es algo que cualquiera tenga que hacer por su cuenta. De hecho, tras más de una década de trabajo en el CSI hemos aprendido que los resultados son mucho mejores cuando los grupos colaboran para imaginar futuros en los que pueden ponerse de acuerdo y a los que pueden contribuir. La capacidad imaginativa se puede ampliar, tanto a nivel individual como organizacional. Los resultados más importantes de nuestros talleres y proyectos no son las historias que compartimos, sino las personas que se han visto afectadas y ven su trabajo de manera diferente, como Ryan Calo, o los lectores que se sienten inspirados por una de nuestras historias para cambiar su propio futuro.
Superar el incrementalismo
Incorporar este laboratorio de imaginación de la mente a la práctica cotidiana del trabajo en ciencias políticas y la investigación científica permitirá alcanzar dos objetivos básicos. En primer lugar, mejorará la capacidad de anticipación de los participantes, ayudándolos a identificar y abordar las consecuencias no deseadas de las nuevas ideas y los posibles obstáculos para el cambio positivo. En segundo lugar, invitará a una participación pública más amplia en los debates que dan forma a la sociedad en general, pero que a menudo se pasan por alto en el modelo actual de trabajo de políticas incrementalistas dirigido por expertos.
Fue sorprendente ver lo difícil que puede llegar a ser imaginar un cambio positivo transformador, incluso, o quizás especialmente, para las personas dedicadas a trabajar por ese cambio.
¿En qué podría consistir este enfoque? Un ejemplo es la historia de N Square5, una iniciativa de financiación, red e instituto de investigación especializado que se centra en reducir los riesgos de las armas nucleares y trabajar en pos del desarme nuclear. Hace años, colaboré con ellos en la facilitación de un taller sobre el futuro que organizaron con una serie de expertos en políticas en ese campo. A los participantes les resultó extremadamente difícil (casi imposible) imaginar un mundo sin armas nucleares. Para muchos de ellos, sencillamente no había un futuro con un camino plausible hacia una gobernanza global eficaz de todas las tecnologías nucleares y la consecución del “cero global”. Fue sorprendente ver lo difícil que puede llegar a ser imaginar un cambio positivo transformador, incluso (o quizás especialmente) para las personas dedicadas a trabajar en pos de ese cambio.
Tras varios años de colaboración con futuristas y escritores de ficción especulativa (en el CSI, pero también en otros lugares, incluido el Centro para la Complejidad de la Escuela de Diseño de Rhode Island6 ), N Square decidió fusionarse con Horizonte 20457, un proyecto para comprender las interconexiones entre los riesgos globales y la reimaginación radical de la seguridad humana y planetaria. Uno de sus principales resultados hasta ahora ha sido Far Futures, en el que se encargó a escritores, artistas, músicos y expertos en políticas que imaginaran un mundo en el que las armas nucleares se hubieran eliminado de la historia humana. Horizonte 2045 planea ampliar Far Futures para crear visiones protópicas para el clima, la salud pública, la inteligencia artificial y la democracia.
He hablado sobre el laboratorio mental de la ficción especulativa como algo gratuito, o casi gratuito. Pero en realidad tiene un coste, más allá del café y los donuts o las comisiones que el CSI paga a los escritores y colaboradores por su tiempo y su trabajo creativo. (Esos pagos, debo señalar, son calderilla comparados con los miles de millones de dólares que se invierten anualmente en investigación científica y tecnológica, a menudo financiada con un examen muy superficial de las posibles consecuencias sociales). El precio real está en cuestionar los supuestos sobre lo que realmente significa el progreso, primero para los participantes en la sala que tienen que examinar sus propias preconcepciones, pero también para las comunidades políticas más amplias, las partes interesadas y los miembros del público que podrían comenzar a plantearse las mismas preguntas después de experimentar un futuro especulativo muy diferente. Los sistemas sociales para la innovación ¿impulsan un cambio transformador? (Y siendo así ¿es para beneficio de todos o solo de algunos?). ¿O respaldan solo cambios modestos e incrementales que perpetúan las estructuras existentes de poder e inversión? ¿Un futuro en el que muchas más personas se sientan invitadas y empoderadas a imaginar su propio futuro, o un futuro definido por la pequeña porción de la humanidad que actualmente tiene el privilegio de hacer realidad sus historias sobre cómo debería ser el mañana?
Dejar que más personas (idealmente, todos) respondan a estas preguntas podría tener un coste para quienes se benefician del statu quo. Empoderar a las personas de esa manera puede empujarlas a tener conversaciones incómodas sobre el poder y la capacidad de acción, o a darse cuenta de que los mayores cambios que la humanidad necesita hacer para lograr un futuro mejor son sociales y éticos, no tecnológicos. Pero vale la pena pagar ese precio. De hecho, creo que la supervivencia de nuestra especie depende de ello. Desarrollar la capacidad imaginativa es un proyecto colectivo esencial si esperamos navegar con éxito los maremotos de cambio que ya se han desatado, como la inteligencia artificial, el caos climático y la compleja economía global. Participar en actos de especulación estructurados y fundamentados debería convertirse en una parte esencial de todo proceso de formulación de políticas, porque hacerlo nos permite a todos imaginar y debatir no solo cómo podría ser el mundo, sino cómo debería ser.
Ed Finn es el fundador y director del Centro para la Ciencia y la Imaginación (Center for Science and the Imagination) de la Universidad Estatal de Arizona (ASU), donde ejerce como profesor asociado.
La misión del Centro para la Ciencia y la Imaginación es «Estimular la imaginación colectiva en pos de un futuro mejor»
Este artículo, publicado originalmente en la revista Issues in Science and Technology, ha sido traducido y publicado con su consentimiento.
Desde Adyacente Posible queremos agradecer la colaboración de Ed Finn.
____________________
- Finn, Ed. “Step Into the Free and Infinite Laboratory of the Mind.” Issues in Science and Technology 41, no. 2 (Winter 2025): 99–103. https://doi.org/10.58875/KCMI9739 ↩︎
- Center for Science and the Imagination (CSI) ↩︎
- Future Tense Fiction (Ficción del tiempo futuro) es una iniciativa que nos encantaría ver replicada en el mundo de habla hispana ↩︎
- Neal Stephenson y el CSI ya han aparecido en este blog ↩︎
- N Square ↩︎
- Center for Complexity at the Rhode Island School of Design ↩︎
- Horizon 2045 ↩︎

Finn, Ed, Francisco J. Jariego (Traducción). “Entra en el laboratorio gratuito e infinito de la mente.” Adyacente posible (blog), February 20, 2025. https://adyacenteposible.com/2025/02/20/entra-en-el-laboratorio-gratuito-e-infinito-de-la-mente/.
