El creador de los robots se defiende

R. U. R. (Rossumovi univerzální roboti) es la obra de teatro escrita por el checo Karel Čapek en 1920 que introdujo el término «robot» (al parecer inventado por su hermano Josef Čapek) en el idioma inglés y en la ciencia ficción. La obra se estrenó en Praga en 1921 y Nueva York en 1922, y tuvo una influencia inmediata tras su publicación. En 1923, se había traducido a treinta idiomas.

Los robot de Karel son humanos artificiales creados por medio de la síntesis química1:

Fue en 1920 cuando el viejo Rossum, el gran filósofo pero entonces un joven investigador, vino a esta isla lejana para estudiar la vida marina y nada más. Para eso, trató de reproducir por síntesis química, la materia viva llamada protoplasma hasta que, de repente, descubrió una sustancia que se comportaba exactamente igual que la materia viva aunque tenía una composición química diferente.

Y entonces, señorita, el viejo Rossum escribió esto entre sus fórmulas químicas: “La naturaleza ha encontrado solo una forma de organizar la materia viva- Existe, sin embargo, otro proceso más sencillo, más flexible y más rápido, que la naturaleza no ha encontrado en absoluto. Este proceso, por el que la evolución de la podría haber tenido lugar, lo he descubierto hoy.”

Una década después de su introducción el término robot pasó a tener un significado diferente, al referirse a ingenios de naturaleza mecánica y electrónica. Como había descrito de manera magistral Mary Shelley 100 años antes con Frankenstein, el creador no es en absoluto dueño de su creación, ni siquiera o quizás mucho menos, cuando esta en realidad no es más que un concepto abstracto (una ficción).

Čapek asistió asombrado al secuestro intelectual de sus “robots”, y en 1935 publicó una columna en el periódico checo Lidové noviny en la que defiende su visión original del robot, pero en la que al mismo tiempo claudica y se rinde ante el indomable espíritu de los tiempos.

EL AUTOR DE LOS ROBOTS SE DEFIENDE2

Sé que es un signo de ingratitud por parte del autor levantar ambas manos en contra de algo que ha alcanzado una cierta popularidad, y que se reconoce como su creación espiritual. De hecho, es consciente de que al hacerlo ya no puede cambiar nada. El autor guardó silencio durante un buen tiempo y se reservó su propia opinión, mientras la noción de que los robots tienen extremidades de metal, vísceras de alambre y ruedas dentadas (o cosas similares) se iba volviendo común. O cuando se enteró, sin demasiado placer, de que han comenzado a aparecer auténticos robots de acero, que se mueven en diversas direcciones, dicen la hora e incluso pilotan aviones. Pero cuando leyó recientemente que en Moscú se había rodado una película importante en la que el mundo es pisoteado por robots mecánicos controlados por ondas electromagnéticas, experimentó el fuerte impulso de protestar, al menos en nombre de sus propios robots. Porque sus robots no eran mecanismos. No estaban hechos con hojas de chapa y ruedas dentadas. No eran una celebración de la ingeniería mecánica. Si el autor estaba pensando en alguna de las maravillas del espíritu humano durante su creación, no era precisamente en la tecnología, sino en la ciencia. Con absoluto horror, rechaza cualquier responsabilidad sobre la idea de que las máquinas puedan tomar el lugar de las personas, o de que algo parecido a la vida, el amor o la rebelión, pueda alguna vez despertar en sus ruedas. Consideraría esa visión sombría como una sobrevaloración imperdonable de la mecánica o un grave insulto a la vida.

El autor de los robots apela al hecho de que debe ser él quien más sabe sobre ellos: y por eso afirma que sus robots fueron creados de una manera muy diferente, por una vía química. El autor pensaba en la química moderna, que en diversas emulsiones (o como se llamen) ha identificado sustancias y formas que de alguna manera se comportan como la materia viva. Estaba pensando en la química biológica [sic], que constantemente descubre nuevos agentes químicos que tienen una influencia reguladora directa sobre la materia viva; sobre la química que está encontrando (y hasta cierto punto ya construyendo) esas enzimas, hormonas y vitaminas diversas que dan a la materia viva su capacidad para crecer, multiplicarse y satisfacer todas las demás necesidades de la vida. Quizás, como científico profano, habría desarrollado el impulso de atribuir a este paciente e ingenioso entretenimiento erudito la capacidad de producir algún día, por medios artificiales, una célula viva en un tubo de ensayo; pero por muchas razones, entre las que se encuentra el respeto por la vida, no pudo resolverse a tratar de manera tan frívola este misterio. Por eso creó un nuevo tipo de materia mediante síntesis química, una que simplemente se comporta de manera muy parecida a la materia viva. Es una sustancia orgánica, diferente a aquella de la que están hechas las células vivas, algo así como una alternativa a la vida, un sustrato material, sobre el que la vida podría haber evolucionado, si no hubiera tomado, desde el principio, un camino diferente. No tenemos por qué suponer que todas las diferentes posibilidades de creación se han agotado en nuestro planeta. El autor de los robots consideraría un acto de mal gusto científico haber dado vida a algo con ruedas dentadas de latón o haber creado vida en el tubo de ensayo. La manera en que él lo imaginó, fue crear una nueva base para la vida, que comenzó a comportarse como materia viva y que, en consecuencia, podría haberse convertido en un vehículo para la vida, pero una vida que sigue siendo un misterio inimaginable e incomprensible. Esta vida alcanzará su plenitud sólo cuando (con la ayuda de considerable inexactitud y misticismo) los robots adquiera un alma. De lo que resulta evidente que el autor no inventó sus robots con la arrogancia tecnológica de un ingeniero mecánico, sino con la humildad metafísica de un espiritualista.

En consecuencia el autor no puede ser acusado de lo que podría llamarse la patraña mundial sobre los robots. El autor no tenía la intención de proporcionar al mundo muñecos hechos con placas de metal y rellenos de ruedas, fotocélulas y otros artilugios mecánicos. Diríase, sin embargo, que el mundo moderno no está interesado en sus robots científicos y los ha sustituido por robots tecnológicos; y ellos son, como resulta evidente, la verdadera médula de los huesos de la era presente. El mundo necesitaba robots mecánicos, porque cree en las máquinas más que en la vida; le fascinan más las maravillas de la tecnología que el milagro de la vida. Por esta razón, el autor que quiso –por medio de sus robots insurgentes que luchaban por un alma– protestar contra la superstición mecánica de nuestros tiempos, debe al final reclamar algo que nadie puede negarle: el honor de haber sido derrotado.

Karel Čapek

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(1) Diálogos originales de R.U.R.

(*) La foto del periódico es un montaje «robótico» que incluye el texto original de Karel Čapek.

(2) El texto original en checo fue publicado por primera vez como columna en el periódico Lidové noviny,el 9 de junio de 1935. Recopilado en Karel Čapek O UMĚNÍ A KULTUŘE III. ((Spisy XIX). Praha: Ceskoslovensky spisovatel, 1986.

Una traducción del checo al inglés por Cyril Simsa: ‘Karel Čapek – The Author of the Robots Defends Himself’. n.d. Accessed 7 March 2024. https://www.depauw.edu/sfs/documents/capek68.htm.

Imagen destacada: Robots soñando con humanos

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